“Era una ofrenda; era combinar, crear; pero ¿una ofrenda a quién?
Quizá fuera una ofrenda por amor a la ofrenda. De todos modos, éste era su don. No tenía nada más que fuera importante; no sabía pensar, escribir, ni siquiera sabía tocar el piano. Confundía a los armenios con los turcos; amaba el éxito; odiaba la incomodidad; necesitaba gustar; decía océanos de tonterías; y si alguien le preguntaba qué era el Ecuador, no sabía contestar.

“Había algo insólito en él, había algo detrás de él. Quizá fuera su afición a los libros; cuando iba de visita, siempre cogía el libro que había sobre la mesa (ahora leía, con los cordones de las botas arrastrando por el suelo)”

“Belleza, de todos modos. No la burda belleza de la visión. No era belleza pura y simple, Bedford Place conduciendo a Russell Square. Era rectitud y vaciedad, desde luego; la simetría de un corredor; pero también era ventanas iluminadas, el sonido de un piano, de un gramófono, una sensación de fuente de placer escondida, pero que una y otra vez aparecía, cuando, a través de una ventana sin cortina, de una ventana abierta, uno veía a gente sentada alrededor de una mesa, a jóvenes trazando círculos lentamente, conversaciones entre hombres y mujeres, criadas mirando ociosas la calle (extraños comentarios los suyos, cuando el trabajo ha terminado), medias secándose en alféizares, un loro, unas cuantas plantas. Absorbente, misteriosa, de infinita riqueza, esta vida. Y en la amplia plaza por la que tan aprisa avanzaban y giraban los taxis, había parejas en descanso, retozando, abrazándose, encogidas bajo la lluvia de un árbol; esto era conmovedor; tan silencioso, tan absorto, que uno pasaba discreta, tímidamente, como si estuviera en presencia de una sagrada ceremonia que sería impiedad interrumpir. Era interesante. Y siguió adelante, penetrando en el resplandor y la luz.”


Woolf, Virginia. “La señora Dalloway.”