Fotograma de la película de la novela El lector



“A veces me daba la sensación de que nosotros, su familia, éramos para él como animales domésticos.
El perro que se saca a pasear, el gato con el que se juega, y también el gato que se acurruca en el regazo y ronronea y se deja acariciar, pueden despertar afecto, en cierto modo pueden hacerse hasta necesarios, y sin embargo puede ser un engorro comprarles la comida, limpiar lo que ensucian y llevarlos al veterinario. Puede ser que la vida verdadera esté en otro sitio, muy lejos de ahí. Me habría gustado que su vida fuéramos nosotros, su familia. A veces también me habría gustado que mi hermano no fuera tan refunfuñón ni mi hermana pequeña tan descarada. Pero, llegada la noche, de repente me daba cuenta de que los quería muchísimo a todos. Mi hermana pequeña. Seguramente no era fácil ser la más pequeña de cuatro hermanos, y para afirmarse como persona necesitaba un cierto grado de descaro. Mi hermano mayor. “Compartíamos habitación, lo cual sin duda se le hacía más pesado a él que a mí, y además, desde que me había puesto enfermo, yo dormía solo en la habitación, mientras él tenía que conformarse con el sofá del comedor. ¿Cómo no iba a refunfuñar? Mi padre. “¿Dónde estaba escrito que sus hijos tenían que ser lo más importante de su vida? Además, íbamos creciendo, y cualquier día tendríamos edad de irnos de casa.”








“¡Léemelo!
—Léelo tú misma, te lo traeré.
—Tienes una voz muy bonita, chiquillo. Me apetece más escucharte que leer yo sola.
—Uf…, no sé.
Pero al día siguiente, cuando fui a besarla, retiró la cara.
—Primero tienes que leerme algo.
Lo decía en serio. Tuve que leerle Emilia Galotti media hora entera antes de que ella me metiese en la ducha y luego en la cama. Ahora ya me había acostumbrado a las duchas y me gustaban. Pero con tanta lectura se me habían pasado las ganas. Para leer una obra de teatro de manera que los diferentes personajes sean reconocibles y tengan un poco de vida, hace falta un cierto grado de concentración. En la ducha me volvían las ganas. Lectura, ducha, amor y luego holgazanear un poco en la cama: ése era entonces el ritual de nuestros encuentros.”






“Con la Odisea empezó todo. La leí después de separarme de Gertrud. Pasaba muchas noches sin dormir más que unas pocas horas y dando vueltas en la cama. Cuando encendía la luz y le echaba mano a un libro se me cerraban los ojos, y cuando dejaba el libro y apagaba la luz, se me abrían otra vez de par en par.
Así que decidí leer en voz alta. De ese modo no se me cerraban los ojos. Pero en mis confusas divagaciones de duermevela, llenas de recuerdos y sueños y de atormentadores círculos viciosos, que giraban en torno a mi matrimonio, mi hija y mi vida, se imponía una y otra vez la figura de Hanna. Así que decidí leer para Hanna.
Y empecé a grabarle cintas"